[ Pobierz całość w formacie PDF ]

¿Quién coño sería? Barney se dio la vuelta para que
el agua le cayera sobre los hombros. Nubes de vapor;
fragmentos del individuo que estaba a su lado,
visibles entre los chorros como fragmentos de un
fresco en una pared enyesada. Un hombro musculoso,
una pierna... Una mano bien torneada restregando un
grueso cuello y unas espaldas anchas, uñas rojo
coral... Ésa era la mano de Margot.
Los dedos de los pies, también pintados. La pierna
de Margot.
Barney volvió a meter la cabeza bajo el potente
chorro de la ducha y respiró hondo. Al alcance de su
mano, la figura se había vuelto y se frotaba con
energía. Ahora se estaba lavando la cabeza. Aquél
era el liso abdomen de Margot, sus pequeños pechos
erguidos sobre los grandes pectorales, los pezones
duros apuntando al chorro, las ingles de Margot,
nudosas en el lugar donde el tronco se unía a los
muslos, y eso tenía que ser la raja de Margot,
enmarcada por una cresta rubia estrecha y desmochada
con mimo.
Barney aspiró tanto aire como pudo y lo aguantó en
los pulmones. Notaba el crecimiento del problema. La
mujer brillaba como una yegua, hinchada al límite
por la dura sesión de entrenamiento. Cuando el
interés se hizo demasiado evidente, Barney se dio la
vuelta. A lo mejor conseguía desentenderse de ella
hasta que se marchara.
La ducha de al lado paró. En cambio, la voz se puso
a hablar.
 Oye, Barney, ¿cómo están las apuestas por los
Patriots?  Con... con mi colega puedes conseguir en
Miami cinco y medio.
Barney miró por encima del hombro.
Margot se estaba secando a la distancia justa para
que el agua de la ducha de Barney no la alcanzara.
El pelo empapado se le pegaba a los hombros. Ahora
tenía la cara sonrosada y el rastro de las lágrimas
había desaparecido. Tenía una piel preciosa.
 Entonces, ¿vas a aceptar los puntos? -le preguntó
ella-. Las apuestas de la oficina de Judy están a...
Barney no podía mirar otra cosa.
El vellón de Margot, perlado de gotitas, enmarcando
el rosa de los pliegues. Tenía la cara ardiendo y
una erección de caballo. Se sentía confuso y
avergonzado. Volvió a ocurrírsele aquella idea
desagradable. Nunca se había sentido atraído por los
hombres. Margot, a pesar de todos sus músculos, era
muy distinta a un hombre, y le gustaba.
Y, además, ¿qué era aquella mierda de ir a la ducha
con él? Cerró su ducha y se quedó frente a ella,
chorreando. Sin pararse a pensarlo, le puso la mano
en la mejilla.
 Por el amor de Dios, Margot..
-dijo, con la voz alterada.
Ella bajó los ojos.
 Maldita sea, Barney. No...
Barney se estiró el cuello e, inclinándose hacia
delante, intentó besarla en cualquier parte de la
cara sin tocarla con el miembro, pero no pudo
evitarlo. Ella se apartó y miró el hilillo de
cristalino fluido que salía del hombre y lo unía a
su vientre liso; como un rayo, le plantó en el pecho
un antebrazo digno de un defensa, que le hizo perder
el equilibrio y lo dejó sentado sobre el suelo de la
ducha.
 Jodido bastardo -farfulló Margot-. Tenía que
habérmelo imaginado. ¡Cabrón! Coge tu cosa y
métetela por el culo.
Barney se levantó y salió del vestuario. Se puso la
ropa sin secarse y se fue del gimnasio sin abrir la
boca.
La habitación de Barney estaba en un edificio
separado de la casa, unas antiguas cuadras con techo
de pizarra convertidas en garajes con apartamentos
en el piso superior. Por la noche se quedaba hasta
tarde tecleando en su ordenador portátil. Estaba
intentando concentrarse en el curso que seguía por
Internet cuando sintió temblar el suelo, como si
alguien enorme subiera las escaleras.
Un ligero golpe en la puerta.
Cuando la abrió, se encontró con Margot, envuelta en
un jersey grueso y cubierta con un gorro de lana.
 ¿Puedo entrar un momento? Barney se miró los pies
unos segundos y luego se hizo a un lado.
 Barney, oye, siento lo que ha pasado -le dijo-. Me
ha entrado el pánico. Quiero decir, la he cagado y
después me ha asustado. Me gustaba que fuéramos
amigos.
 A mí también.
 Pensaba que podíamos ser, no sé, como colegas.
 Venga Margot. Yo también dije que quería que
fuéramos amigos, pero no soy un puto eunuco. Te has
metido en la jodida ducha conmigo. Y estabas desnuda
impresionante, eso no es culpa mía. Entras desnuda
en la ducha y me veo delante de dos cosas que me
gustan un montón.
 Yo y un coño -dijo Margot.
Se sorprendieron riéndose al mismo tiempo.
Margot se le acercó y lo atrapó con un abrazo que
hubiera lesionado a cualquiera menos fuerte que
Barney.
 Escucha, si tuviera que haber un tío, serías tú.
Pero no es lo mío.
De verdad que no. Ni ahora ni nunca.
Barney asintió.
 Lo sé. Ha sido superior a mis fuerzas.
Se quedaron callados unos instantes sin deshacer el
abrazo.
 ¿Quieres que intentemos ser amigos? Barney lo pensó
por un momento.
 Claro. Pero tendrás que poner un poco de tu parte.
A ver qué te parece el trato: voy a hacer un
esfuerzo enorme para olvidar lo que he visto en la
ducha, y tú no volverás a enseñármelo nunca más. Y
tampoco me enseñes las tetas, ya puestos. ¿Qué te
parece?  Puedo ser muy buena amiga, Barney. Ven a mi
casa mañana. Judy cocina y yo no me quedo atrás.
 De acuerdo, pero seguro que no cocinas mejor que
yo.
 Ponme a prueba -lo retó Margot.
Capítulo 62.
El doctor Lecter sostuvo una botella de Château
Pètrus a contraluz.
El día anterior la había sacado del botellero y
dejado en posición vertical por si tenía posos. Miró
el reloj y decidió que era el momento de abrirla.
Aquel era el tipo de cosas que el doctor Lecter
consideraba un serio riesgo, superior a los que le
gustaba correr. No quería ser brusco. Quería
disfrutar el color del vino en una jarra de cristal.
¿Y si, por descorchar la botella demasiado pronto,
descubría que no había ningún exquisito aroma que
pudiera perderse al decantarla en el recipiente? La
luz reveló un poco de sedimento.
Sacó el corcho con el mismo cuidado con que hubiera
trepanado un cráneo, y dejó la botella en el
escanciador, que mediante una manivela y un husillo
inclinaba la botella milímetro a milímetro. Esperó a
que el aire salino hiciera su trabajo; luego,
decidiría.
Encendió un fuego de carbón vegetal y se sirvió una
copa de Lillet con hielo y una rodaja de naranja
mientras consideraba el  fond en el que había
trabajado durante días. Para preparar el caldo había
seguido las inspiradas indicaciones de Alejandro
Dumas.
Tres días antes, a su regreso del bosque, había
añadido a la cacerola un rollizo cuervo que se había
estado atiborrando de bayas de enebro. Las pequeñas
plumas negras habían flotado en las aguas tranquilas
de la bahía.
Las remeras las había conservado para hacer plectros
para su clavicémbalo.
El doctor Lecter machacó sus propias bayas de enebro
y empezó a freír chalotas en una sartén de cobre.
Ató un manojo de hierbas frescas haciendo un
impecable nudo quirúrgico a un cordel de algodón, y
les echó encima el caldo utilizando un cucharón.
Sacó de la cazuela de cerámica un solomillo, que la
salsa había vuelto oscuro y jugoso. Lo escurrió, lo
enrolló sobre sí mismo y lo ató procurando que
tuviera el mismo diámetro a todo lo largo.
Al cabo de un rato el fuego estuvo en su punto, con
el carbón bien apilado formando una meseta. El
filete siseó sobre la parrilla y el humo formó en el
jardín una espiral azul que parecía danzar al compás
de la música de los altavoces. El doctor Lecter
estaba oyendo la conmovedora composición de Enrique
VII  Si el puro amor nos gobernara .
Bien entrada la noche, con los labios tintos en
Château Pètrus y una copa pequeña de cristal
coloreada por el tono miel del Château d´Yquem
reposando en el pedestal, el doctor Lecter
interpretaba a Bach. En su mente Starling corría
sobre las hojas caídas en el bosque. Los ciervos se
espantaron y ascendieron la colina en la que
permanecía sentado, completamente inmóvil. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • metta16.htw.pl
  •